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Se trata de una de las realizaciones arquitectónicas más bellas del siglo XVIII francés. La composición noble y clásica de sus fachadas y la decoración suntuosa de sus interiores definen su espíritu y encanto. Transformado en residencia imperial y real tras la revolución, el palacio alberga, desde 1870, el museo arqueológico, el museo de Artes decorativas y el museo de Bellas Artes.